miércoles, 1 de septiembre de 2010

Desilusión y optimismo

Adrián no salía de casa, no jugaba con otros niños de su edad, doce años. Adrián siempre estaba sólo, nada le hacía ilusión. El padre de Adrián no sabía como tratar que su hijo sintiera alguna pasión por algo.
Un día le compró una Rosa del desierto. Grande espléndida, se la llevaba como regalo de un lugar remoto al norte de África.
Descubrió con optimismo como los ojos de Adrian se abrían como platos, por fin había descubierto su pasión por los minerales.
Hasta al más insípido se le da sabor con una pizca de sal. Sólo hay que saber que tipo de sal le vá.

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